CASO #52 El Amor de Michael Haneke


La nueva película de Haneke titulada Amour hace honor al título. Acostumbrados a un tipo de cine suyo que consiste en llamadas (golpes) de atención que provocan sacudidas en el espectador, el director austriaco filma una terrible historia de amor. Los títulos de sus películas son siempre todo un acierto. Quizá el que mejor ha sabido recoger no ya solo la esencia de la película en cuestión, sino de toda su carrera fue Código desconocido (2000) En esa película trataba, como lo hizo más suavemente Crash (Paul Haggis, 2004), retazos de historias anónimas que por lazos del destino veían involucradas sus vidas en la de los demás. Al fin y al cabo, Haneke expuso perfectamente como el motor de nuestras vidas son nuestras decisiones pero sin olvidar en ningún momento que nos vemos superados también por las decisiones de los demás. El código desconocido al que podría estar haciendo referencia sería al de la libertad humana asfixiada por la de la de los demás. Una dura mirada a quienes somos o al menos (y prefiero pensarlo así) una crítica a quienes consideran así la libertad. Pero volvamos a Amour.


Aunque externamente esté muy lejos del resto de su filmografía basada en la violencia del hombre -explícita o no-, sigue siendo marca de la casa Haneke. En esta ocasión la película está ambientada en un piso parisino habitado por un matrimonio anciano y burgués -cómo odia el austriaco la Europa aburguesada- que afronta tranquilamente los últimos años de su vida. La relación entre los dos no podría ir mejor pues se quieren con cariño. La mirada del director sobre ellos no es dura. Mas bien nos la muestra como un ejemplo. El primer golpe sobre el espectador llega en la escena memorable, contada a sin prisas pero sin regodearse en el dolor humano, en la que la mujer sufre un derrame cerebral. A partir de entonces la película se desarrollará en torno a las pruebas a las que se debe enfrentar el amor mutuo ante tal situación.

Lo interesante de la película es que la carrera de obstáculos -la película tiene un ritmo tranquilo, el necesario para contar esta historia- no se debe a una enfermedad como un cáncer que podría haber oscurecido el propósito del director, sino a la vejez a la que todos nos enfrentaremos en compañía o en soledad. Ante esta perspectiva no habría que olvidarse de la española Arrugas (Ignacio Ferreras, 2011), también fantástica en este apartado. Amour en este sentido rebosa naturalidad y cotidianidad perfectamente asumida por el anciano dúo protagonista formado por Jean-Louis Trintignant y Emmanuel Riva. Ellos y el perfecto trabajo de sonido aguantan todo el film. Para ello Haneke recurre a los planos fijos, a los pasillos del piso y a los rincones cargados de recuerdos como la mesa de la cocina. En general, la belleza visual de lo cotidiano es otro de los puntos duros (muy duros) y mejores del film. Parece como si Haneke nos susurrase al oído que no hay grandes épicas posibles para resolver nuestras vidas. Solo nos tenemos a nosotros mismos y a nuestros compañeros de viaje para afrontar este "¿valle de lágrimas?"

Qué mejor manera que hacer acabar la película -no revelaré nada del argumento- que pensando qué hay después de esta vida. Pues Haneke no ahorra al espectador - que debe ser inteligente en todas sus películas- este interrogante. No. No responde directamente a esta pregunta Michael Haneke. Pues el cine es un diálogo de dos, no un sermón.


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